8 de marzo de 2010
Cuando empezamos no nos conocíamos. Éramos un grupo dividido, cada uno contaba cómo se llamaba, de dónde venía, en qué año terminó el colegio y cómo llegó al Bachi. Yo vine cuando empezaron a anotar para la cooperativa y justo estaban Muru y Duro. A Muru ya lo conocía, al Duro no. Muru me había dicho que tenía muchas ganas de hacer un bachillerato. Yo no tenía idea de lo que era eso. Igual le dije que la propuesta estaba buena y que a mí me gustaba la idea, que me encantaría terminar el colegio porque no lo había podido hacer, ya que trabajo y no me daban los tiempos.
Ahi comencé a contarle a mi hermana y le entusiasmó la idea.
Cuando empezamos no teníamos paredes, usábamos telas de nylon para protegernos del frío y la lluvia. Éramos alrededor de 40 alumnos, la mayoría adultos. Había tres mesas y un grupito bastante alborotado.
Yo era la más terrible: cada dos por tres teníamos discusiones porque con mis compañeros no dejábamos escuchar a los demás grupos, que ya estaban formados.
A mediados de septiembre mi grupito se fue yendo porque no le ponían entusiasmo al estudio. Yo de a poquito me fui hablando con los demás y me adapté a mis compañeros. Comencé a no molestar tanto y a estudiar más, al principio como que me costaba. Sin embargo este año fue distinto, me adapté mejor y le puse más empeño. Los profesores me ayudaron y pude rendir las materias que debía de la escuela primaria. Si no fuera por ellos nunca hubiera podido terminarla.
Pipa Rojas
El 8 de marzo de 2010 se abrieron las puertas del Bachi por primera vez. Empezamos con nada: no había paredes, el techo estaba sin chapas y el grupo no estaba formado. Las diferencias de edad se marcaban porque cada uno tenía sus propios intereses. Pero con el tiempo nos fuimos conociendo y empezamos a luchar por el espacio, los chicos construyeron el aula y se creó un grupo muy lindo.
Yo comencé con la única expectativa de terminar el secundario para poder seguir estudiando, pero con los meses me di cuenta que no sólo quería estudiar, sino que también buscaba participar, como todas esas personas que sin pedirnos nada a cambio nos vinieron a enseñar.
Este espacio marcó y cambió mi vida para siempre, aceptándome tal cual soy, con Santi, mi hijo, que desde el primer día me acompañó y aprendió a caminar en el Bachi.
Hoy, en segundo año, me siguen aceptando con mi nene y otro que está en camino. Y mis ideas e ideales no son los mismos. Llego cada día con Santi y mi panza para poder lograr mis sueños, que son enseñar y poder ayudar a otros como me ayudaron a mí.
Romi Sandoval
No hay comentarios:
Publicar un comentario